El Último Encuentro
(Sandor Marai)
Novela sencilla, concentrada en un sola noche en que se recuerda toda una vida, con mezcla de amorío, homenaje al mundo anterior a las guerras mundiales y una vena filosófica bastante facilona. Se lee con agrado, aunque deja poca huella. En los años de la segunda guerra mundial, Henrik, un viejo general húngaro alejado del mundo actual y recluido en su mansión, recibe la noticia de que Konrad, un antiguo amigo con que el que cortó radicalmente relaciones cuarenta y un años atrás, está en la ciudad, y manda a buscarlo para tener que él un último encuentro en el que quede aclarado lo que sucedió en el pasado. En una larga velada, en la que el general es casi el único que habla, nos enteramos de que Henrik y Konrad eran amigos desde la niñez, que siguieron la misma trayectoria y se hicieron casi hermanos de sangre a pesar de que Konrad era de familia pobre y miraba con distanciamiento los privilegios de su amigo. No obstante, un día de 1899, Konrad desapareció de su casa, dejó orden de venderlo todo y marchó primero a Inglaterra y luego a las colonias orientales, donde pasó casi toda su vida. Sabemos después que el día anterior a esa partida, hubo una cacería en la que durante unos segundos Henrik sintió que el rifle de su amigo apuntaba hacia su cabeza, aunque luego se desvió. Y sabemos igualmente que cuando Henrik fue a la casa de su amigo para comprobar su marcha, apareció allí inesperadamente la esposa del general, Krisztina, como si no fuera la primera vez que iba por allí, y murmuró que Konrad había mostrado ser un cobarde. Después de esa partida, marido y mujer nunca se volvieron a hablar y ella murió ocho años más tarde. El general, durante todos esos años, ha dado muchas vueltas a la situación y está convencido de que Konrad y su mujer eran amantes y que la mañana de la cacería su amigo estuvo tentado a asesinarle disimulándolo de accidente de caza, pero que no se había atrevido o habría discurrido que su pobreza no era lo que convenía a Krizstina. El general considera que ahora están en su último encuentro, pues enseguida se separarán y no tardarán en morir, pero quiere que Konrad responda a una última pregunta; no que confiese su relación ni la idea de asesinarlo, pues eso lo da por hecho. La única pregunta que le hace es: ¿sabía Krisztina que tú ibas a matarme aquella mañana en la cacería?. Antes de dejarle responder, el general advierte que probablemente tiene otro medio de averiguarlo: leer los diarios que dejó su esposa, que él nunca ha tocado en todos esos años. Henrik pregunta a Konrad que si tiene algún inconveniente en que queme los diarios y como éste dice que no, los echa al fuego. Entonces, "ahora que no existe ya ningún testigo que pueda contradecirte", le repite la pregunta. Konrad responde: A esas alturas no voy a responder tampoco a esa pregunta. No obstante, la catarsis que necesitaba el general se ha producido. Antes de despedirse amigablemente y con mutuas reverencias, Henrik hace una más filosófica pregunta: ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión quizás no hayamos vivido en vano?". A ello Konrad responde: Sabes que es así.
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