La Naranja Mecánica
(Antony Burgess)
En un futuro que ya quedó desactualizado, un grupo de transgresores juveniles transcurren sus inútiles vidas dedicados a delinquir como única motivación para seguir existiendo. El sadismo hacia otros seres humanos es el método de ejercer poder sobre las ocasionales victimas y a su vez la vida deshumanizada que el totalitarismo de las grandes urbes ha ejercido sobre ellos.
Eventualmente el largo brazo de la Ley llega a detener al protagonista y narrador de esta novela.
El estado lo somete entonces a un novedoso tratamiento, especie de electroshock y programación neuro-linguistico-visual para que, en caso de intentar ejercer un acto de crueldad, sufra reacciones de náuseas, asco y repugnancia.
La narración cumple un circulo perfecto en el que los personajes (al igual que el resto de nosotros) son artífices y objeto de todas aquellas acciones que volverán en consecuencias proporcionales y correspondientes a las intenciones que les dieron nacimiento (de las brisas y vientos que siembras y de las borrascas y tempestades que cosechas).
Una obra mayor de la literatura no solo excelentemente narrada, sino que también hablada en una jerga creada ad hoc para la novela. Anthony Burguess recurrió al idioma ruso para derivar palabras con la intención de dotar "timbricamente" al habla de los personajes con la rudeza de una sociedad de individuos brutalizados y amputados de cualquier posibilidad de empatía hacia el prójimo. Como si la progresiva degradación del ser humano estuviera afectando hasta nuestra locución.
El planteo de Burgess revitaliza la idea del "libre albedrío" que la persona tiene ante la elección del Bien o del Mal. Que al Bien se llega por opción, no por ser impuesta por ningún ente, ni religioso, ni social, ni (como en este caso) estatal.
Es preferible un sádico por voluntad que un converso por imposición, podría leerse entre líneas.
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