El Lobo Estepario
(Herman Hesse)
No hay libro más complicado, más extraño en su concepción que esta creación, donde Harry Haller, alter ego del autor, realiza un curioso periplo no por la seguridad de la vida concreta, nuestra realidad, más consensuada que aparentemente verdadera, sino por los amplios, profundos y misteriosos parajes del alma, donde todo se confunde, donde todo puede suceder, donde nos damos cuenta de que el yo no es uno, sino múltiple y el protagonista, procede a experimentar con estados alterados de conciencia que lo llevan a visualizar la precariedad de lo concreto y la permanencia de lo sutil, de aquello que no puede ser comprendido por quienes viven en el ámbito de las relaciones mundanas, donde todo es demasiado pesado, se arrastran melancolías, penas, frustraciones, que para quienes han abandonado este estado de cosas, es la salida ideal. De alguna manera se nos dice que no debemos tomarnos muy en serio nuestras cuitas, lo agobiante del devenir humano y que el retiro de la supresión de nuestras facultades aprendidas, es la mejor respuesta para todo lo que sucede alrededor. La risa de los inmortales contrasta con la congoja del apesadumbrado Haller quien arrastra una pesada carga. Se trata de un individuo que ha tomado un camino, se enfrascó en proceso de cambio respecto de lo que era su manera de pensar, de razonar. Su intento finalmente resulta fútil, pues no puede desprenderse de la realidad y pierde la opción de superarse, de alivianarse de desprenderse de lo que es, por celos. Haller, en nueve meses de permanencia en la ciudad sin duda sufre una metamorfosis, pero incompleta. Está demasiado arraigado en el yo, en el ego, personal, fruto de las experiencias de toda una vida. Desfilan ante él personajes ambiguos, capaces de transmutar, etéreos, pero él no los comprende. Las visiones de Oriente y Occidente son demasiado opuestas.
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