Todos Los Nombres
(José Saramago)
Sin duda pudo ser una de las grandes novelas de amor que se hayan escrito, lo cual no implica que no sea una extraordinaria obra literaria, pero por sobretodo una buena historia, de esas que dejan con más dudas que certezas, que abren interrogantes, que te permiten conocer que la vida es más complicada de lo que se ve a simple vista o que cada uno podemos complicarla cuanto queramos o seamos capaces. Para esto no hay límites. En "Todos los Nombres", José Saramago, nos impone una crónica de la soledad del individuo cosificado, que se da cuenta de su condición y la vive en soledad, con angustia, pero no por ello con falta de heroísmo al intentar contra lo que es, ha sido y será, de ver más allá de lo conocido, de buscar un destino, por absurdo que sea. Todo comienza a partir de un hecho que cualquiera consideraría fútil, pero que para el protagonista, don José, cobra suma importancia. En la trama se nos muestra cómo un hombre, tímido, obsesionado con un trabajo mecánico, desprovisto de incentivos vitales, se torna obsesivo, sagaz, atrevido, descubre facultades nuevas e intenta por todos los medios, encontrar a una mujer, la que quizás fuera el fin de sus penurias. El final no puede ser menos sorprendente y se nos describe con dolor y pasión. Es una obra profundamente humana, que en el marco de la bibliografía del autor, nos demuestra su capacidad para crear personalidades capaces de deambular por terrenos desconocidos, por moverse entre laberintos, creados por ellos mismos, laberintos tan certeros, tan profundos y complejos como la conciencia, el alma, grandes desconocidas, mutiladas y que sin duda constituyen la gran búsqueda de hombres y mujeres que viven azarosamente, como impulsados por fuerzas misteriosas, quienes en su afán de buscar algo seguro, se ven empantadados en la inseguridad de la existencia.
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