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El Desdichado Juan
(Roberto Tribastone)

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El desdichado Juan

No hacía mucho que la conocía pero la amaba profundamente. La amaba como jamás lo había hecho antes.
Quiso encontrar una explicación a tamaño sentimiento, y supuso que la sonrisa de Ella era lo que lo había enamorado. Se sintió injusto, ya que no podía dejar de considerar su voz, la belleza física y espiritual, su carácter, su pasión, sus ideas o su sensualidad. Lo cierto era que Juan se sentía culpable.

Desde que tuvo memoria, Juan el desdichado, fue enamoradizo. Creía que su error fue enamorarse de las personas equivocadas; el destino no estaba de su parte aunque siempre esperó que un día llegara Ella.
Antes que Ella apareciera, Juan estaba solo con su amor no correspondido. Lo poseía una asfixiante angustia que oscurecía más su opaca existencia.
A su pena cada vez mayor, se sumaba un incipiente escepticismo que lo doblegaba. El dolor, la insatisfacción y su imposibilidad para ser feliz, sólo quedaron atrás cuando Ella entró en su vida.
El amor entre Juan, el desdichado, y Ella, siempre fue un amor puro, pleno y de una intensidad tal que no puede ser descripto con palabras.
Cuando estaban juntos, clausuraban el mundo, todo a su alrededor se detenía y eran más felices de lo que cualquier humano podría ser. Lo decían muy a menudo.
De más está decir que no sabían de gritos, peleas ni discusiones.
Estos amantes de ensueños, que estando juntos se completaban, decidieron compartir sus vidas en la casa de Juan. Nada les faltaba.
Ambos creían que el amor verdadero sólo llega una vez en la vida y no tenían ni una pizca de duda de que Ella y Juan eran la materialización del amor. Estaba implícito que sería un amor para siempre. El desdichado Juan, extasiado ante tanta felicidad, parecía otro hombre y lentamente comenzó a recobrar la fe perdida.
Consideraron la posibilidad de tener un hijo, pero no quisieron que un intruso se interpusiera entre los dos.
En los fugaces momentos que no estaban juntos, Juan añoraba la presencia de Ella. No podía dejar de complacerla, servirla, atenderla, amarla; la inundaba de mimos, besos y caricias. La dulzura era tanta, que hubiese empalagado a cualquiera, excepto a estos dos amantes. Tan especial era Ella para Juan, que llegó un momento que su vida giraba en torno a los deseos, necesidades y pedidos que Ella pudiese tener.
Cierto día, Juan sintió la necesidad de que Ella le pida más. Juan, el desdichado, no entendía que le estaba sucediendo, sólo sabía que tenía que encontrar un sello que simbolice su amor eterno.
El no podía explicarle cómo la amaba, sólo podía amarla así, con apasionada sumisión, la única forma posible de amar.
Ella no pretendía obsequio alguno. No esperaba una ceremonia. No quería ningún ritual. Sí quería el amor de Juan, el desdichado.
Pero Juan insistía :
?-¿Qué puedo hacer por vos?. Pedime lo que quieras que yo te la daré.?
Ella se atrevió a responder:
?-Haceme feliz como lo has hecho hasta ahora, por siempre. Prometeme y asegurame que jamás nos separaremos y que nuestro amor nunca decrecerá, pase lo que pase...eso es lo único que te pido.?
Desbordado de emoción, Juan el desdichado, prometió y aseguró que así sería. Quiso pensar de qué modo rubricar este juramento. Primero pensó en algún objeto que simbolice tanto amor, pero pronto desechó esa ocurrencia... ¡Un acto!. Tendría que ser un acto, pero ¿cuál?, se preguntaba sin interrupciones.
Ninguno de los dos creía en las instituciones, por lo que ni siquiera consideraron la posibilidad del matrimonio. Ella decía que no le gustaba por que rima con demonio. A Juan le sonaba como un moño con la madre.
De a poco se le iba imponiendo una duda que lo atormentaba:
?-¿Y si algún día, por cualquier razón, no pudiera cumplir con mi pacto??.
No podría perdonarse tal salvajada. Su presente exquisito, se haría añicos. Ya no sería el elegido que se sentía desde que conoció a Ella, su elegida.
Luego de dolorosas dudas, compró un regalo para compartir con Ella, que sellaría de por vidasus palabras pronunciadas.
Juan el desdichado, le pidió a Ella que se vistiera con sus mejores ropas, pues esa noche, no sería una noche más. Ella lo hizo con agrado.
Hacía poco que las luces de mercurio iluminaban la amplia y bella terraza, cuando decidieron salir. Ella llevaba un paquete recubierto con un finísimo envoltorio entre sus manos. Comenzó a abrirlo, tratando de no romper el papel, tomó el obsequio de Juan, el desdichado, y lo miró, sorprendida. Lo apoyó sobre la mesa de pino.
Luego del click, un fogonazo como un flash de las fotos de comienzos del siglo veinte, congeló la sonrisa de Ella para la posteridad, al tiempo que decía:
?-!No me lo imaginaba!....!Te amo! ?.
Juan el desdichado, lloraba de alegría, de emoción y un extraño dolor. Hizo otro click, ahora enfocando hacia sí mismo e intentó responderle a Ella, pero las palabras ya no salían de su boca. Juan el desdichado, cayó lentamente, de rodillas al piso, donde, desde hacía instantes yacía Ella. Del bolsillo de Juan asomaba una nota, sin sobre, escrita a mano, que decía:? Juan y Ella. Prometieron amarse hasta la muerte.?



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