La Rebelion De Las Ratas
(fernando soto aparicio)
?LA REBELION DE LAS RATAS?AUTOR: FERNANDO SOTO APARICIOAUTOR SINOPSIS SEUDONIMO: ARON NORA536 palabrasAntes todo era sencillez, rusticidad y paz. Y de pronto EL valle SE vio invadido por las máquinas; el medio día fue roto por el ruido estridente de las sirenas; los caminos se perdieron bajo toneladas de polvo y anchas vías cruzaron el verdor de los sembrados; los árboles cercados por el humo, envejecieron y terminaron por perder sus hojas y sus nidos; y el silencio huyó para siempre hacia las montañas.Así como el paisaje los rostros cambiaron también. Ya no era LA cara ancha y sonrosada del sembrador. Eran rostros sembrados de cicatrices, con hirsutos pelos que les daban apariencia bestial o ridícula. A eso lo llamaban algunos pomposamente civilización, progreso. La esperanza de la patria estaba allí; con el sacrificio de unos pocos se aseguraban la tranquilidad de muchos, era necesario que el valle perdiera su aspecto bucólico, para que la nación recobrara su estabilidad económica. al menos tales cosas decían los oradores que acudieron a convencer a los campesinos y obreros de la conveniencia de abandonar las cosechas, de trocar la azada por la piqueta, de cambiar el maíz por las piedras negras de carbón y de acabar con los mansos burritos de carga por los camiones de color rojo oscuro, como teñidos de sangre.Los agricultores al principio ofrecieron resistencia. Pero pronto fueron cediendo: el miedo, la ambición, el dinero y el analfabetismo? Después de que descubrieron las minas de carbón en aquel vasto territorio, llegaron de los diversos puntos de la república gentes de toda condición social, pero generalmente desheredados, fugitivos y vagabundos. Rondaron por entre los cultivos, acudieron hasta las casas hospitalarias, siempre abiertas al forastero.Luego de conquistada la tierra, vino la invasión mecánica: camiones, palas, grúas? crujieron las montañas centenarias al sentir en su base la puñalada del acero; se descuajaban con quejidos casi humanos los árboles enormes de los boscajes; y las casas humildes, fabricadas, cayeron con sus ensueños ancestrales ante el empuje de la codicia.Lo que vendría y todos temían, llegó pronto. Luego de la irrupción del progreso, fueron decenas de familias agrupadas en barrios miserables, apiñadas como tallos de trigo. Las construcciones apresuradas crecieron como cizaña. Casas de latón, de madera y de piedra, dieron nombre al pueblo que surgió: Timbalí.Llegaron extranjeros: ingleses, franceses y alemanes? desterrados unos y otros atraídos por la sed de fortuna, penetraron al valle las palabras duras, metálicas, los rostros y cabellos colorados. Mujeres altas y rubias reemplazaron a las hembras morenas y ardientes de antaño.Construyeron casas de aspecto raro, con los tejados terminados en punta, con puertas de vidrio y de metal. Y fundaron a un lado del pueblo de los trabajadores, una especie de barrio, con calles pavimentadas. Allí vivían esas pocas familias cuyos hombres vinieron pronto a mandar en los otros, en los dueños de la tierra. Todo visto a través de los ojos de una familia famélica que sigue y sufre tales cambios. Principió la explotación de carbón a gran escala. Las montañas que rodeaban maternalmente el valle, contenían una incalculable riqueza. Bajo la tenue capa de verdura, se ocultaban millones de capa de mineral. Tanto, que en apenas cincuenta años apenas si se haría pequeña mella en su inmensidad.
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