Resumo de La Medida Probable 1

La ira le asolaba frecuentemente. No eran ímpetus, como a pricípio se podría suponer, motivados por uma alterción de la consciencia. Esta, hace tiempos venía transponiendo sus etapas evolutivas, a veces tropezando, pero gradualmente; al paso que su humor parecia un péndulo en intensa actividad. De vez en cuando, él bebía. De vez en cuando, consecuentemente, él alteraba su estado mental. Pero estamos hablando de un trabajador incesante, diligente con sus obligaciones, aunque cuando azotado por críticas grita enfurecido, a plenos pulmones, que hace lo que le dá la gana con su propio dinero, que no perjudica a nadie, que tiene total control acerca de su vida y que, por fin, sus estravagancias ocasionales nada más son que el merecido ocio concedido al combatiente, exangüe despues de más un día de arduo labor. Hay algo, todavia, que le escapa al alcance. La bonanza. La calma despeués de la tempestad. Una calma, digamos, permanente. Ese típico guerrero, lleno de armas ilusórias, solo no desvía la atención de ese universo por pura ignorancia. Él no sabe que la serenidad es algo tan tangible cuanto la hojalatería de su auto, que además, en los últimos tiempos, anda ligeramente deprimido. Paz, lucidez, ponderación, ausencia de espíritu crítico, son, para él valores fugaces equivalentes a mitos seculares, surreales, perdidos y descoloridos en el tiempo en medio a la cultura popular. Su armadura ostenta en el pecho los símbolos del orgullo, de la depresión, de las culpas y de la desesperación. Ungindo por la gloriosa misión de sostener la família, su ser se desplaza por el mundo inducido a mentira y manipulación. Vanagloria y derrota. La velocidad de su caballo y el manejo de su espada ocupan todo el espacio entre los duros polos de la auto-piedad y de la manía de grandeza. Él necesariamente no siente eso. Él es solamente conducido por esos modelos. Él tiene hijos, mujer, padre y madre, hermanos, socios, clientes y proveedores. Y cuentas. Y metas. Y como ya se ha dicho, toda una artillería que lo impele a “seguir adelante” y cumplir sus metas. Su corazón es esencialmente bueno y sus intenciones son las mejores. Ocurre que, nacido y criado en una atmósfera que adora el resentimiento y la codicia, y teniendo además el fardo de sobresalirse, su cartilla se tiene mostrado, desde el primer soplo de vida, rellena de A a Z con los signos aquí descritos. Y para soportarlos él eventualmente cambia su lucidez. Porque, hay que convenir, ¿como sobresalirse en un océano desbordante de penumbra? Y en medio a tal situación escasamente equiibrada, en medio a la competitiva rutina de protocolos y títulos de crédito, paseos con los niños y visitas al bar él también invierte, con un desdén velado, en una visita a la iglesia a los domingos. Y allí él encuentra los santos. Y allí, inconscientemente, él piensa en el ego.El mundo de ese guerrero posee la siguiente veneración: el ego. Interesante religión que se dobla a un simple sistema de actitudes ajeno al espíritu elevado. Un sistema basado en la premisa de que somos solamente cuerpos físicos. Una interpretación que conduce fatalmente al aislamiento, al miedo, al egoísmo, y así sucesivamente. El ególatra es capaz de pasar milenios inadevrtidode la más simple ecuación: el ego no pasa de una

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