La Medida Probable 3
(Bernard Gontier)
y corbatas, y que, ?imaginese! Es posible descalzar los zapatos y mirar al cielo... Sí, parece inverosímil. Falta de información. O falta de desviar la atención del cuarteto básico preponderante: afrenta, esnobismo, escarnio y sospecha. Tics que le acompañan desde la epoca en que dibujaba en hojas blancas con lápiz de cera. Intentando apreciar la sintáxis de los pájaros volando al su rededor en una tarde cálida de verano, nuestro guerrero es abatido por un mareo en plena calzada. Conducido por la ambulancia de plantón y soterrado por los lamentos de amigos y parientes que le rodean, en ese instante, él desea se que fuera un superhombre. En el regazo de la abuela, somnoliento, el hijo más nuevo muestra en una de las manos un cómic del SuperHombre. La mujer frota las manos en una actitud repetitiva y no menos afligida. Él mira a todos con un aire apático, le faltan las fuerzas para mover piernas y brazos, para grandes o diminutos discursos, le sobra solo suspirar soñados acerca de los poderes que usan capa y una “s” mayúscula. Poderes piensa aturdido por el sedante suministrado por la enfermera. Hace tiempos la esposa dejó de ser una compañera para cristalizarse en un munda aparte. La felicidad antes tan anhelada por ella se perdió en el cotidiano de la “no-relación”, donde habita el amor no manifiesto. La madre, oriunda del mismo planeta, antaño una intuitiva experiente se ha despojado de sus habilidades psíquicas para tornarse un ave de malos presagios. - Se va a morir – pronuncia ella con los ojos semicerrados. Los médicos no llegan a tanto. Prescriben reposo y una serie de exámenes. Todavía, la gran iluminación que se derrama sobre la frente del enfermo en ese instante es la de pedir a todos que se retiren. En la penumbra poco refinada de un cuarto de hospital él retiene, como última imagen antes de cerrar los párpados, la portadad del cómic dejado por el más nuevoen el sofa al lado. Sus visiones internas, sus confusiones mentales son un torbellino de recuerdos vagos y cuestiones mal definidas. ¿Cómo fué caerse en la calzada? Ciertamente no había bebido. No tenía esa costumbre, durante el trabajo. Además, apenas había salido de un cliente. Eso mismo. De un reunión tempestuosa. De un dia tempestuoso. Por la mañana, discusión con la mujer. A la hora del almuerzo, otra contienda, de esta vez, con los socios. Después la tarde tensa, el raciocínio embarullado, el encuentro marcado. Entonces algunos metros de calzada y ya. No, no tropezara. Había caído, simplemente, un tumbo que vino desde adentro. Con la intención de evaluar el paciente y la precisión de los aparatos conectados, la enfermera entra el habitación con pasos furtivos. Él simula dormir. Quisiera levantarse y salir, fácil, desvinculado de todo y todos. Quisiera ver y oír más allá. Desplazarse con la elegancia de un genio y resolver todas las custiones en un estallar de los dedos. Los sedantes fueron hasta la mitad del camino. Barraron al menos la agitación y la compulsión por vociferar. Quería paz, o antes, aislamiento. Un texto publicado por la Asociación Médica Americana, hace ya algunos años, determina que la rabia actúa como un verdadero veneno en la corriente sanguínea, que por su turno, irriga órganos y nervios, y el resultado
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