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Banquete
(Platón)

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El ateniense Apolodoro cuenta a unos amigos la conversación sobre el Amor que tuvo lugar durante una comida que mantuvo años atrás Sócrates con algunos de sus amigos y que él conoce sólo por referencias. El joven Fedro toma en primer lugar la palabra y realiza un encendido elogio del Amor. Pausanias, más maduro, corrige los excesos juveniles del anterior y habla del Amor como principio del conocimiento filosófico. El médico Eriximaco, que habla a continuación, incide en aspectos científicos y materiales del enamoramiento. Luego, el cómico Aristófanes narra el mito del Amor como fuerza por la que intentan unirse hombres y mujeres (o hombres y hombres o mujeres y mujeres) que en tiempos legendarios estaban unidos formando un solo individuo y a los que Apolo castigó, por su orgullo, a ser divididos. El dramaturgo Agatón, anfitrión de la reunión, vierte su elocuencia poética sobre el dios Eros.
Sócrates, único que queda por hablar, inicia su turno con uno de sus habituales retruécanos dialécticos: un padre o un hermano son padres o hermanos porque son padres o hermanos de alguien; por tanto, el Amor, para serlo, debe ser el amor de alguien. Y cuando alguien ama y desea, ama y desea lo que no posee o lo que posee pero puede perder en cualquier momento. Y como el dios Eros no puede amar sino lo bello (y por tanto, lo bueno, puesto que belleza y bondad aparecen siempre unidas), hay que concluir que Eros no posee belleza ni bondad, pues de otro modo, no las buscaría. Y si no las posee, no es un dios. A continuación, Sócrates habla de su amiga Diotima, extranjera de Mantinea, que dice le enseñó todo cuanto sabe del amor y explica cómo le convenció de que Eros no es un dios sino un espíritu menor, o diablillo, y el que no posea la belleza plena no quiere decir que posea la plena fealdad. Finalmente, Sócrates habla de los esfuerzos mediante los que el amor se eleva hasta el fin supremo.
La reunión da un giro con la aparición de Alcibíades borracho, quien decide, en lugar de hablar de Eros, elogiar a Sócrates, del que se declara ferviente enamorado. Recuerda entonces el tesón con que el sabio se comportó como soldado en las expediciones que compartieron juntos y también su mesura ante el vicio, que demostró cuando él, que se sabe bello y deseado, le tentó durmiendo a su lado y el adoptó una actitud serena, a pesar de que da como sabido por todos lo mucho que gustan al sabio los muchachos. El banquete entra entonces en una dinámica de juerga y bebida, donde Sócrates vuelve a demostrar su mesura, bebe sin emborracharse y destaca por su corrección por encima de todos.



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