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La Zapatera Prodigiosa
(Federico García Lorca)

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Es una farsa en sólo dos actos que parte del típico casamiento entre una jovencita y un hombre de cincuenta años, en este caso zapatero de una pequeña aldea. Lorca dota al personaje de la zapatera de una cuidada rebeldía, no tan desgarrada y trágica como la de las heroínas de sus últimas obras, pero muy sugerente.
La zapatera no deja de lamentar el haberse casado con un hombre mayor y no se priva de echárselo en cara a su esposo, hombre de carácter poco polémico. Todo lo que éste le dice para consolarla es rechazado de malos modos por la mujer, que no cesa de coquetear con los mozos que la piropean desde la ventana, aunque nunca quiere pasar de ahí. Ante esta actitud, el zapatero se marcha de casa y la abandona.
Ante esta situación, la zapatera tiene que convertir su casa en una taberna para salir adelante. Se convierte en pieza codiciada de todos los moscones del lugar, pero ella se mantiene fiel a su marido. Como a muchas otras mujeres de Lorca, a la zapatera no le gustan las soluciones heterodoxas. Ella es de su marido y lo será siempre, aunque piense que se equivocó al casarse y aunque la haya abandonado de mala manera. Además, con el paso del tiempo le va echando de menos. Cae en la cuenta de que siempre fue una buena persona, amable y trabajador y que siempre la trató bien. Incluso, poco a poco le va idealizando: sus recuerdos se confunden con los de otros hombres, más jóvenes y apuestos, que la rondaron en el pasado:
Cada vez más acosada por la maledicencia del pueblo, la Zapatera recibe en su casa a un titiritero que es en realidad el zapatero disfrazado. No le conoce, pese a que el niño le dice que sospecha quien es, pues la mujer tiene ya tan idealizado a su marido que le parece que la voz del titiritero no es tan dulce como la que tenía su zapatero. Para probarla, el zapatero, tras su disfraz, habla mal de los zapateros y de los maridos y encuentra que la mujer defiende con uñas y dientes el recuerdo de su marido ausente. Loco de contento por esta actitud, el zapatero descubre por fin su identidad. Pero el que  al tener a su marido otra vez delante, en carne y hueso, lejos de celebrar su reaparición, la zapatera vuelve a la situación inicial de insatisfacción y queja permanente.
La obra resplandece toda ella con el gracejo y el sentido poético que Lorca imprime en cada diálogo y el espíritu de síntesis de su estilo de narración escénica.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



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