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Valfierno
(Martín Caparrós)

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Esperando la muerte, el marqués de Valfierno se pregunta: "¿Quién se va morir cuando me muera?", y abre en su mente, como un abanico, el recuerdo de todas las personas que fue: el hijo pobre de una mucama italiana, el que no conoció a su padre, el que fue toqueteado por un cura y ultrajado en una cárcel, el que se inventó nombres, pasado y hasta un título nobiliario, el que construyó magistralmente su propia vida burlando la eterna dicotomía entre el ser y el parecer.

Luego de más de 70 años, su inquietud encontró respuesta: sobrevivió la ficción de ser marqués, la carta de presentación que se inventó este argentino que se llevó los laureles post mortem por haber robado, en 1911, el símbolo máximo del arte: La Gioconda.

Valfierno (Planeta 2004), el título de la última novela del escritor argentino Martín Caparrós, es una metáfora, basada en un hecho real, sobre el juego de las identidades, sobre quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser y porqué.

Nadie sabe quién fue Eduardo de Valfierno, un tipo que se inventó a sí mismo y fue borrando las huellas, sólo que cometió uno de los robos más geniales del siglo para luego realizar una estafa. Fiel al personaje, Caparrós no quiso investigarlo, sino que decidió falsificarle la vida al gran falsificador, de manera tan original que le valió el Premio Planeta 2004.

"Me lo venía cruzando en esos libros sobre los grandes robos del siglo, pero me resistía a escribirlo porque pensaba que la historia era demasiado perfecta, hasta que se me ocurrieron un par de cosas", me explica el autor en entrevista telefónica.

Para ello, Caparrós creó una estructura particular, con voces que van y vienen, fragmentos que se cruzan y relatos en forma de pensamientos, trama que despista al lector que a veces confunde los personajes hasta que se revelan sus nombres, poniéndose así de manifiesto el artificio del ser y lo camaleónico de la identidad.

Valfierno urdió un plan tan magistral que sería imposible conocerlo si no fuera porque él mismo decidió revelarlo a un periodista, ya que su vanidad demoníaca le impedía morir sin contar al mundo quién fue verdaderamente el autor intelectual del robo.

Es así como se publicó la primera historia en 1932, inmediatamente después de su muerte, en un periódico de Filadelfia, a cargo del periodista Karl Decker.

Luego, se editaron varios libros en Estados Unidos contando la historia.

"Es un personaje que circuló mucho, pero acá lo acallamos", denuncia Caparrós.

"Me parece sintomático que, habiendo estado siempre ahí, recién ahora estamos en condición de asumir como héroe nacional a un estafador", dice Caparrós aludiendo al repentino interés editorial y periodístico sobre el tema en su país.

El escritor cree que la crisis que está atravesando su patria obligó a los argentinos a replantearse lo que son y lo que quieren ser, y a cuestionarse si se resignan a aceptar como héroe a un gran estafador.

El libro es también un retrato de costumbres de la Argentina triunfalista de principios del siglo XIX, donde los argentinos se codeaban con la aristocracia europea y tiraban, literalmente, manteca al techo en los restaurantes parisinos.

Caparrós establece un paralelismo entre Valfierno y Buenos Aires y en cómo ambos se creaban a sí mismos todos los días. Ironiza sobre cómo la pampa era caldo de cultivo para que los inmigrantes vascos, que vivían como gitanos y se movían en carreta, se hicieran de suficientes títulos de tierra que los soldados les cambiaban por ginebra, y se autoinventaran señores feudales, aristócratas de esta nueva nobleza de las vacas.

En esas circunstancias históricas, el personaje de Caparrós se da cuenta de que ése era el lugar ideal para hacerse a sí mismo, pieza por pieza, y poder acceder a un círculo social adonde llevar a cabo su estrategia.

"Creo que nos construimos a nosotros todo el tiempo", opina el autor, de 50 años, soltero y padre de Juan, de 16.

"Cuando decimos: voy a ser médico o me voy a poner tal camisa, estamos creando el personaje que vamos a ser", asegura.

Valfierno es también una especie de apología de la impostura, cuando a veces es la única forma de sobrevivir a un destino torcido.

"El personaje se gana el título de marqués, es mucho más laborioso y meritorio convertirse y convencer a la gente de que se es ; en cambio, es más fácil haber nacido marqués", justifica el escritor.

Recién al finalizar su novela, Caparrós se decidió a leer la versión del periodista Decker de 1932, supuestamente la versión original de los hechos tal como Valfierno se la contó al reportero con la condición de que la publicara después de su muerte.

"No se sabe si es cierta. Me alegré de no haberla leído, mi historia me gusta más", reconoce Caparrós.

Con todos estos ingredientes que rodean y forman parte de la novela, la obra desborda sus límites literarios y acaba siendo no sólo una metáfora sobre el juego de las identidades sino también una reflexión sobre la línea esfumada entre periodismo y ficción, donde la realidad se asoma en claroscuros, como la Mona Lisa en el retrato de Leonardo Da Vinci.

Un detalle: en su novela Dios aparece en minúscula. "Es que, para nosotros los ateos, Dios es un sustantivo común", explica el autor.




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