La Llorona Del Viernes Santo
(Ricardo Palma)
Con su sarcasmo característico, Palma nos describe uno de los "oficios" más rentables y llamativos de Lima de antaño: Llorar a los difuntos aún sin conocerlo.
Viejas como el pecado y feas como el chisme, las encargadas del lloriqueo fúnebre, eran las "Lloronas o doloridas", inspiradas peruanamente en las "Plañideras" españolas; las mismas que se daban el lujo de estar organizadas en una Asociación de Lloronas de Lima.
Las tarifas por traficar Con el llanto y dolor ajeno, variaban según los rangos: 4 pesos era para la jefa y dos para cada una de sus subalternas; era lo mínimo, pero si había mayor pago, ellas lo justificaba haciendo cosas fuera de lo común como fingir desmayos, pataletas o convulsiones. A más pago, más pantomina. Todo ello, a la entrada y salida del cadáver de la iglesia.
Claro que llorar a raudales implicaba recurrir a recursos, como el pasarse la mano untada de ajos y cebollas por los ojos; incentivar la imaginación para llorar las "cualidades" de los muertos muy distantes a lo que habían sido en vida.
- " ¡Ay, ay...tan generoso y caritativo!", cuando el muerto había sido avaro y mezquino.
."¡Ay, ay...tan honesto y honrado!, cuando el difunto tenía en su haber más de un robo.
Durante los 30 días de duelo en casa de los difuntos, las lloronas eran las únicas con dispensa para suspirar o gimotear. Pero entre ellas también había categorías.La llorona de viernes santo, no era cualquiera y menos vendía sus lágrimas a cualquier muerto. Ella sólo podía asistir a entierros de personajes encumbrados, obispos o virreyes. Su sola presencia en algún funeral era considerado como un gran acontecimiento.
En resumen, el oficio de las lloronas consistía en llorar la muerte de quienes no conocían.
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