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Semblanza.
(Alberto Peirano.)

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Alberto Peirano.
Domador de tormentas.


"De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma."
Knut Hamsun.

Bajo la sombra desprendida de un ciprés, el poeta desgrana como las rojas lagrimas de un granado, la tenue luz de un cáliz ingrato: Y se hace/ vieja la calle/... Tan vieja/ y agobiada/ donde la mañana/ sólo sirve para nada... desde la melancolía, tan vieja como la misma noche, alberga colecciones de sueños, como el gran profeta de la palabra,
que ensimismado desteje la frágil entelequia, donde la belleza entrega a sus hijas en el altar pagano que arde como fuego eterno en el corazón mortal de un ángel, que ha partido buscando la sangre que mana de un horizonte humillado.

Alberto Peirano es un alquimista de la palabra que encontró su piedra Roseta, escondida en un suspiro que la noche abandonaba, como un barco en altamar que ha perdido su capitán, tejiendo sus redes malheridas, traduce el silencio de la rosa, mientras sueña el principio de un beso que se estrellara en las almas deshojadas, como un silencio perdido en el eco azul de las tormentas: Ven/ poeta del viento/ que aquí siempre/ te espero/ con mis manos/ abiertas/ para darte/ la canción/ de mi tierra... la música resuena en su aliento, dejándose llevar por extraños mares donde se desnuda la poesía.

Orfebre de casta distinguida, domador de las tormentas, caballos de agua cruzan las entretelas de sus misterios, para dejarnos el idioma bizarro que marcado por los siglos,
aparecen en su cuerpo como tatuajes cincelados: Nos fundimos/ en versos/ que han brotado/ de un profundo/ llamado/ donde el alma/ clama/ por encontrarse/ con hermanos... acontece la búsqueda de todo poeta comprometido, por las hebras metafísicas
que habitan la hoguera de sus entrañas: Tal vez/ la Buena Madre/ ya aturdida/ por tanto/ cruento/ ingrato poderío/ apeló a su hermana/ la Poesía... se corre la transparente cortina de la lluvia, y se presenta la demanda infatigable de encontrar la palabra, esa palabra que llene la vasija de la incertidumbre con luciérnagas de mil colores.

En el canto de este poeta que ha pasado ya las barreras de la palabra y se ha instalado
como el muro en blanco, referente indomable del lenguaje en carne viva, escuchamos la voz de Alejandra Pizarnik: Cuando/ a la casa/ del lenguaje/ se le vuela/ el tejado/ y las palabras/ no guarecen/ yo hablo. Así nuestro poeta, comprometiendo las fibras ultimas del lenguaje nos lleva de la mano a un viaje mas allá de los limites de la simple palabra,
nos sumerge en un mundo hasta ahora desconocido, donde reina la belleza y el amor es el único aire respirable.

Florece como la vieja tonada de los enamorados, la dulce melodía de los ángeles en tardes de reposo, entrar en la poesía de Alberto nos obliga Al despojo absoluto de nuestras primitivas ropas, atarnos al mástil con dogales y abandonarnos a la sutil melodía que escuchara Ulises: Vaga el hombre/ con su alma/ persiguiendo/ sus fantasmas...
aquellos fantasmas que atan los sentimientos con alambres de silencio,
un silencio ardido que agoniza en brazos de la luna, sobre un tiempo detenido en la pausa del invierno.

Como tallando una melodía, macerando el tiempo de viejas nostalgias, el lirismo imperante en la inspiración de nuestro poeta, nos deja el alma al revés, ya el horizonte, ya la rosa, ya las tardes, ya la poesía, nunca volverán a ser miradas con la misma contemplación, el traductor de silencios, pone el cuerpo al servicio de su escritura: ¿Hasta cuándo/ es la cuota/ de pagar/ con insomnio/ el vuelo del amigo/ que se ausentó/ esta noche/ sabrá quién/ hacia dónde... en la huida de las respuestas, el poeta nos deja la quintaesencia predestinada de una búsqueda, que no tiene mas fin que el humo de una revelación,
pero que cruzara nuestras almas celebrándonos de la manera más bella y dejando el grabado imperene de un poeta que escribe en el viento con tinta de perfección, señales divinizadas,
que marcaran el camino, cruzando nuestras noches, como luminarias para el peregrino descaminado.

Saldremos de la poesía de Alberto Peirano fertilizados de luz y encantamiento, con el afán
de ir por la vida, buscando las semillas de la perfección,
buscaremos a partir de entonces el cifrado paraje, donde la belleza da a luz, a las tímidas hijas de la poesía, y en nuestra barca de nostalgias, dejaremos el puerto, seguros de haber estado en los territorios donde fragua sus voces, el domador de tormentas.


Existe un árbol donde un pájaro
renunció a su canto cierta noche,
y le contó al poeta
la negra pesadilla que observó
bajo sus ramas,
tal vez para llorar con él
o para buscar apoyo
en los gritos del verso
que la angustia inspira,
con la esperanza anticipada y casi vana
de un poeta escuchado y atendido
en medio del vacío.

Alberto Peirano.


Semblanza de un poeta-Jaro Godoy.



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