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Aura
(Carlos Fuentes)

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Felipe Montero lee el anuncio en el periódico mientras bebe té en un cafetín: se solicita historiador joven y meticuloso, con conocimientos de lengua francesa para ocupar el puesto de secretario. Termina el té y se levanta, recoge sus cosas, piensa, mientras sale y va a la parada del bus, que otra persona ha leído el anuncio y ha tomado el empleo. Pero al día siguiente se da cuenta de que el anuncio sigue allí, en los clasificados del diario, nadie asistió el día de ayer. La dirección descrita indica que e lugar queda en el centro de la ciudad. Da con la casa, trata de tocar con la aldaba, pero la puerta se abre cuando su mano apenas toca el metal del instrumento. Ingresa por un corredor y atrás deja el zaguán para adentrarse en un lugar donde el olor de la humedad lo invade. Una voz le indica que no es necesario que busque una fuente de luz, y le pide que suba los escalones. Es la señora Consuelo la que le ha hablado, y lo guía una vez que está dentro de la casa. Felipe Montero llega hasta el pie de su cama y, a pesar de la penumbra la ve, menuda, agotada, en compañía de un conejo. Ella le explica el motivo del anuncio: no me queda mucho por vivir, deseo que los manuscritos de mi difunto marido sean organizados para poderlos publicar. Le indica luego dónde queda su habitación. El conejo ha saltado y se ha ido, ella lo llama. Entra Aura. Es la sobrina de la señora Consuelo. Aura saluda. La señora consuelo le explica que Felipe Montero se queda a vivir con ellas. El propone ir y venir de su casa para realizar el pedido, pero la condición es la que ya se ha fijado. Después de ver a Aura ya no insiste. Él recibe una cantidad considerable de folios y los lee esa misma noche, piensa que cuanto antes termine más rápido volverá a su vida, pero el anuncio prometía una paga mensual; entonces no es poco lo que habrá que hacer. A demás está Aura, siente de inmediato que algo de ella le atrae enormemente, quizá todavía no acepta que se ha enamorado a primera vista. Durante el tiempo que permanece en esa casa trata de entablar con ella una amistad que los lleve hacia el desenlace del amor. Hay, en la relación de la señora Consuelo y Aura, una especie de maquinación, de manipulación, y él, Felipe, asume el papel de libertador de esa mujer que a su parecer permanece condenada. Una vez él no baja a comer, se queda trabajando en su habitación, revisando papeles, sacando cuenta de las edades del muerto y la Señora consuelo cuando se casó con él y Felipe estima que era casi una niña cuando aquello. No se da cuenta y se queda dormido, luego, en la total oscuridad siente que una mano lo acaricia, huele en sus cabellos el aroma de las flores del patio, sabe que es ella, siente su suave piel, y late en sus manos el latido del pecho desnudo. Amanece, le dice que lo espera a la noche en su habitación. Durante el día habla con la señora Consuelo sobre los papeles, el trabajo avanza. El cree que al final la señora Consuelo está loca. A la noche cumple con Aura, va a verla a la habitación, se juran amor eterno. Cuando despierta, Felipe la busca y no la encuentra. Se incorpora y las ve a las dos mirándolos desde un extremo de la habitación, pero se van hacia la recámara de la vieja y él vuelve a dormirse, casi indignado. A la hora del desayuno trata de exigirle a Aura que se vayan de allí, que se siente extraño en esa casa, a pesar de que la ama. Ella le dice que no, y le dice también que esa noche lo espera en la habitación de su tía. La señora Consuelo va a salir, con esfuerzo, hoy todo el día. Hasta entonces Felipe lee los papeles. El diario del general Llorente se vuelve revelador: su esposa hace unas pócimas con plantas, en busca de darle vida a otro ser con su propia vida. Dice haberlo logrado. Después de la última hoja Felipe encuentra unas fotografías del general Llorente, junto a su esposa, en 1876. Felipe mira con atención, es Aura, el general es él. Felipe evita pensar, se acuesta y cuando despierta ya es denoche. Baja las escaleras y llama a la habitación de la señora Consuelo, Aura, Aura. Entra, no hay luces. A tientas llega hasta ella y aura le pide que no la toque, que se acueste al lado. Le dice que teme que la tía regrese, ella le dice que no volverá ya nunca: estoy cansada, nunca he podido tenerla junto a mí tanto tiempo. Ya ha pasado mucho, dice ella. Él le dice que la ama, Aura insiste en que no la toque, le pide que solo le bese la cara. Felipe siente con sus labios una piel arrugada, y piensa: es la señora Consuelo, y no la ve, pero imagina su boca sin dientes que ha estado besando, el cuerpo viejo y flácido que al final lo ama porque Felipe también ha regresado. Vendrá de nuevo, dice la señora Consuelo, cuando me sienta un poco mejor la traeremos los dos...



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