Resumo de Gatos Sin Fronteras

Sépanlo: la litergatura está de moda. Los gatos están ocupando el lugar privilegiado de los bestsellers literarios gracias a Don Antonio Burgos, quien con una prosa sensible y humorística rinde homenaje a todos los gatos de la tierra. Remo (un gato callejero que ha hecho las delicias de la familia Burgos) es el único personaje y protagonista indiscutible de Gatos Sin Fronteras.
Los gatos jacobinos, librepensadores, revolucionarios, destronan reyes a cada instante y ocupan sus tronos en forma de sillón favorito. Los gatos son los reyes de la casa y nada se puede hacer contra eso, porque sabemos que en la casa donde hay gato siempre reinará una monarquía absolutista placentera.
Antonio Burgos, de la noche a la mañana, se convirtió en un gatisto -término acuñado por mi abuelo- que significa algo así como persona dedicada a los gatos. A ver por qué, si no, iba a escribir tanto sobre gatos. Burgos es un gatisto en toda regla.
A los gatos se les rinde pleitesía y adoración como a los dioses. No en vano, en el antiguo Egipto fueron dioses y eso no se olvida fácilmente. No lo olvida la familia Burgos que reconoce que no adoptó a Remo, sino más bien, fue él quien se apiadó de ellos y los aceptó como humanos de compañía. Y es que un animal es casi como un hijo: su llegada a nuestro hogar nos cambia la vida.
Pequeño, grande, cría, viejo, arisco, mimoso, juguetón, holgazán, dormilón, bohemio, cazador o soñador, el gato es el animal que más tiempo nos roba en causas banales. Miradas contemplativas las que les dedicamos mientras duermen; amenazantes cuando hacen sus fechorías; furtivas cuando observamos cómo cazan o juegan en su sola compañía.
Los gatos viven muy bien y son conscientes de ello. A quienes nos gustan los gatos con pasión, no hacemos discriminación de raza, sexo o color: callejero, romano, siamés, negro o blanco, todos nos parecen bellos.
Gatos Sin Fronteras no defraudará a los gatófilos. Burgos hace una reflexión del mundo felino y su filosofía, de la que todos deberíamos aprender.
Hay un proverbio zen que dice que los que tienen prisa nunca llegan a tiempo. Quizás, por eso los gatos ven pasar la vida con serenidad; por eso no padecen de estrés.
Dan ganas de ser gato.

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