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El Caballero De La Armadura Oxidada
(Robert Fisher)

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En tierras lejanas, vivía un caballero de brillante y luminosa armadura. Héroe asumido y virtuoso, ocupó su vida en hazañas y magníficas cruzadas. Su mujer y su hijo eran espectadores de este matador de dragones y salvador de doncellas. Tanta confianza en la armadura que lo protegía, tantas batallas y su altruista predisposición a estar siempre listo, hicieron que usara su armadura cada vez en más ocasiones, en la mesa, en el té, en la cama?. Ya nadie podía verle el rostro, ni los ojos. Silenciosamente, fue cercándose en sí mismo, olvidándose del resto del mundo, aún de su amada y de su hijo. Cuando comenzó a notar que sus más allegados lo trataban con distancia y frialdad, intentó quitarse la armadura. -A él mismo ya le estaba pesando el yelmo constante sobre su cabeza-. No pudo. Perturbado, acudió al herrero. Tampoco pudo. La armadura se había soldado en torno a su humanidad, encerrándolo y alejándolo irremediablemente del mundo. En algún lugar existiría alguien que conociera el secreto para liberarlo, y partió en su búsqueda. Burlonamente, el primer consejo se lo dio el bufón del rey, quien le aseguró que todas las personas estaban atrapadas en alguna armadura y que, alguna vez, debían ?sacar a luz el yo verdadero?. Le sugirió que fuera al Bosque de Merlín. Los bosques eran muchos. Pasó meses perdido. El hambre y la sed lo estaban secando. Los puntos cardinales cambiaban de lugar para confundirlo. Cuando encuentra a Merlín, el mago le sugiere paciencia: lo que se usó durante años no puede quitarse en un segundo. Correr es escaparse; quedarse puede significar encontrarse, y uno puede darse cuenta de que pudo haber vivido equivocadamente, una vida no propia. Nadie nace con armadura, la usa para ocultarse pues la verdad no siempre es agradable. Es necesario aprender a escuchar. Por primera vez, llora. ¿Cómo recuperar su vida y el amor? ¿Cómo liberarse de esta carga? El Sendero de la Verdad -difícil, escarpado y angosto- ascendía hacia una montaña. Sin su caballo ni su espada, con todo el peso de su coraza, lo acompañarían una ardilla y una paloma. Y una llave para abrir las puertas de los tres castillos que encontraría. Una cruzada distinta a las de antaño: la de rescatarse a sí mismo. El primer día fue doloroso; el peso de toda una vida había caído sobre él. La visera fue la primera parte de su armadura que se rompió y desprendió. Cuando lloraba, las lágrimas oxidaban y corroían el metal. Podía ver mejor los detalles y las diferencias. La primera puerta fue la del castillo del Silencio, en el que debía entrar solo. Encerrado, nada quebraba el silencio. Su soledad, más inmensa y eterna, lo asustaba. Durante años había hablado, por demás y en exceso, sólo para no percibir el silencio. Ahora, lo escuchó? Nunca antes había sabido escuchar, ni al silencio, ni al ruido de las cosas, ni a los demás, ni a su amada. Darse cuenta de estos aspectos de su pasado, le habría la puerta de una nueva habitación y le permitía avanzar a través del castillo. Entonces escuchó una voz, era suya pero no salía de su boca: era su Yo interior y verdadero. Nunca antes lo había conocido. Salió con éxito del primer Castillo. Otra vez con la ardilla y la paloma en El Sendero de la Verdad, se sorprendió al comprobar que ya no portaba el yelmo. Su cabeza, su mente, su pensamiento, sus ojos, su boca y oídos eran libres. El Castillo del Conocimiento los recibió con la oscuridad más absoluta y un enigma: ?Encontrar la diferencia entre amor y necesidad?. Descubrió que primero es insustituible amarse a uno mismo para luego entregar ese amor a otros. El Castillo se iba iluminando. Hallar las respuestas por sí mismo era la única posibilidad de conseguir algo de luz. Un espejo le mostró el reflejo de su esencia, los sentimientos escondidos. Había pasado años pretendiendo ser otro, ocultando su verdadero yo por temor a no ser aceptado, a no ser amado. El Castillo se iluminó aún más. Estaba a punto de salir cuando en el patio del Castillo, un manzano le propuso que encontrara ?la diferencia entre la necesidad y la ambición?. Su yo interior le dijo que la ?ambición del corazón? es la única que podría guiarlo a obtener lo que verdaderamente necesitaba. Ya afuera, sintió sus brazos y piernas más livianos? Había caído otra parte de su coraza. En El Castillo de la Voluntad y la Osadía, el Dragón del Miedo y la Duda lo recibió con llamaradas. Sin su espada, estaba solo. Enfrentarlo, a partir de la voluntad y confianza en sí mismo, era vencerlo. Cuando el Dragón desapareció, igualmente el Castillo. El tramo final era más difícil, más empinado, más hostil. Casi colgado de la montaña, una roca le propuso otro enigma?. ?si me aferro a lo conocido no puedo conocer lo desconocido?. ¿La respuesta era soltarse?, ¿dejarse caer? Así lo hizo. En plena caída, llegaron los recuerdos de cuando había juzgado y culpado erróneamente a los demás. Ahora se reconocía responsable de sus propios errores. Entonces fue expulsado hacia arriba, casi hasta el cielo. Cuando tomó conciencia, estaba en la Cima, libre y ansioso de lo nuevo y desconocido. Estaba unido a su amada, a su hijo, al mundo y al amor. Y lloró nuevamente. Lo que aún quedaba de su armadura se derritió.



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