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Crónica De Una Muerte Anunciada
(GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ)

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La historia transcurre en un pueblo caribe, y el autor aparece como el cronista que intenta reconstruir el porqué de una muerte que al parecer todos sabían que sucedería, pero que por diferentes motivos nadie llega a impedir.

Santiago Nazar, de 20 años, se ha levantado esta mañana con la resaca desbordada de la fiesta de bodas de la noche anterior. Ha vuelto a ponerse el traje blanco que usara momentos antes, pues se espera esa misma mañana la visita por el río, del Obispo al pueblo. No se siente muy bien, pero está de buen talante. Su aspecto es atractivo, mezcla de árabe y criolla, reúne virtudes heredadas e imitadas de sus padres, y es dueño de un patrimonio importante en hacienda. Nunca sabría que estaba disfrutando las últimas horas de su vida.

Cuando al cabo de los años intenté reconstruir la historia, para entender lo que había ocurrido, pareciéndome incomprensible, obtuve testimonios muy variados según el sentimiento que este joven había inspirado en cada uno de los interrogados. La cocinera de la casa, Victoria Guzmán, guardaba hacia él un resentimiento generacional por la seducción que el padre de Santiago había ejecutado sobre ella durante años, y deseaba su muerte, y conociendo los proyectos en su contra, no se lo advirtió. Además, alguien había dejado por debajo de la puerta por donde salió Santiago una nota avisando los detalles del plan asesino, pero éste no lo había advertido. Pedro y Pablo Vicario, los gemelos victimarios, también con los resabios de una prolongada fiesta, (la boda de su hermana) se habían dormido en un negocio frente a la plaza esperándolo. La dueña Clotilde Armenta, advirtió la aparición de Santiago en las cercanías pero les rogó a ambos que esperen al menos el paso del Obispo antes de ejecutarlo, con la esperanza de que hubiera tiempo para que alguien lo impidiera. Estos dos personajes esperaban vengar la deshonra de la hermana, Ángela Vicario, que había sido desposada la noche anterior, y enseguida devuelta a la familia por no ser virgen. Al ser interrogada por la familia luego de una golpiza brutal, salió de su boca el nombre de Santiago Nazar, y con esto firmó la sentencia de muerte del joven.

Bayardo San Román era el flamante esposo de la infortunada joven, y había llegado al pueblo en busca de una esposa. Tenía todos los atributos necesarios para ser un excelente marido: buena posición social, buena estampa, virilidad, generosidad y excelente instrucción general. La había elegido inmediatamente sólo al conocerla de vista, y confirmado su elección por la buena crianza de la humilde familia, siempre dedicada al culto del honor. La joven no se destacaba por su belleza ni por sus talentos, de manera que nadie entendió en su momento la elección hecha por semejante candidato. En cuanto a ella, no era su voluntad el desposarse con un hombre al que no conocía, y que ni siquiera le inspiraba ningún afecto. Además estaba el hecho de que se sabía ya deshonrada, aunque terminó cediendo a concretar la boda, aceptada e impuesta por sus padres, sólo con la esperanza de no ser descubierta. Nunca se vio en el pueblo el despliegue de galas y el incalculable derroche de dinero para hacer de esta boda el mayor acontecimiento registrado en el pueblo.

Por otra parte estaba el hecho de que Santiago Nazar, el supuesto culpable de la deshonra de Ángela Vicario, jamás había manifestado interés sobre esta muchacha, sino sólo para hablar de ella en forma despectiva, de manera que nadie creyó, (lo supe con el tiempo), que él hubiera sido el causante de su deshonor. Pero el daño ya había sido hecho, y su muerte era cuestión de horas. Absolutamente nada hacía prever que semejante desatino, como la muerte de Santiago, pudiera hacerse realidad, pero no se hablaba más que de eso, y la sorpresa e incredulidad reinaba en todas las personas que luego fueron consultadas durante la investigación acerca del nefasto desenlace. Había otro detalle: la conducta de los forzados asesinos, famosos por su bondad, y hermanosde Ángela, había sido una mezcla de intención obligada de vengar la afrenta, con el deseo de que alguien los detuviera a tiempo; pues nunca hasta entonces había existido una promesa de muerte tan publicitada, tan conocida por todos, hasta por el alcalde y la policía, los cuales en ningún momento creyeron en la concreción de esta amenaza. El único que nada sabía era la futura víctima, Santiago Nazar. Fue destrozado a cuchilladas cuando estaba a punto de entrar en la casa y murió a causa de la sangre perdida por las innumerables y profundas heridas. La honra familiar había sido recuperada, pero el misterio quedó flotando sobre el pueblo en un incomprensible sentimiento de aceptación, incertidumbres, certezas, piedad y deseos de venganza. Todos sabían de esa muerte y nadie la impidió, unos por convicción, otros por temor, la mayoría por incredulidad.

Así nos encontramos frente al absurdo de una muerte aparentemente injusta pero que había servido finalmente para calmar las ansias de justicia en una sociedad cuyos códigos aceptaban la muerte a cambio del honor.Se trata de una obra brillante y con un final desconcertante relatado en forma magistral por este Pemio Nobel americano.



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