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La Fiesta Del Chivo
(Mario Vargas Llosa)

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Siguiendo el reto de casi todo escritor latinoamericano de prestigio de hacer alguna historia de tirano mítico, Mario Vargas Llosa (uno de los novelistas menos mágicos y más fríamente positivistas y conservadores ?estética e ideológicamente? de su generación) lográ aquí una novela brillantemente trenzada en torno a los últimos tiempos del dictador dominicano Trujillo, que gobernó el país desde 1930 hasta 1961, año en que fue asesinado tal como se relata aquí.
El relato va avanzando desde tres puntos de vista, que se alternan casi matemáticamente. En primer lugar, el regreso a la Republica Dominicana de Urania Cabral, hija de Agustín Cabral, uno de los asesores del tirano, ahora enfermo, en estado casi vegetativo y odiado por su hija, que durante esos años no ha querido ni cogerle el teléfono ni responder una carta. En segundo lugar, las peripecias del propio Trujillo en las últimas semanas de su vida, sus problemas de contención urinaria, su fogosidad sexual todavía a los setenta años, el vicio caligulístico de humillar y poner pruebas a sus colaboradores, más cuanto más fieles, y de acostarse con sus señoras, como poseedor de algún derecho de pernada, e incluso luego recordárselo al marido en público. En tercer lugar, los preparativos del asesinato, a tiros en un carretera, que preparan, junto con un golpe de estado que encabezará el jefe de las fuerzas armadas, varios de los que en otro tiempo fueron colaboradores o al menos aceptaron el trujillismo.
En estos primeros años sesenta, el régimen, que lleva ya más de treinta años, está muy desgastado. Su represión exagerada, sus enfrentamientos con la iglesia católica y finalmente con el otrora aliado yanqui, le han llevado al aislamiento y a sufrir sanciones económicas de la OEA, que están poniendo a prueba la economía del país. Al tirano, que en otro tiempo sacó el país de su sometimiento al vecino Haití y le modernizó con mano de hierro, apenas le queda más que el miedo para gobernar, pero cree que con ello es suficiente.
El atentado se lleva a cabo casi con completo éxito, pues se logra matar a Trujillo y sólo uno de los conspiradores sale herido y se le tiene que dejar en un hospital. Sin embargo, Pupo Román, el jefe de las fuerzas armadas que había prometido ponerse en cabeza de la conspiración en cuanto le mostraran el cadáver del jefe, sufre una extraña indecisión y deja que los acontecimientos se precipiten. El cruel jefe de inteligencia de Trujillo, Abbes García, apoyado en los descerebrados hijos del tirano, inicias la represión. En la propia cama del hospital, visita al herido y le tortura con cigarrillos hasta que suelta los nombres precisos. Menos dos, que conseguirán librarse, todos los implicados y muchos amigos y familiares de éstos que no tenían nada que ver con la trama, son detenidos y torturados salvajemente con corrientes eléctricas y golpes durante varios meses, para luego ser despachados a tiros con la excusa de que se han intentado fugar. La peor parte la lleva el indeciso Román, que además de sufrir el mismo tratamiento con electricidad, se le cosen los párpados, se le castra y finalmente, cuando el médico advierte que no van a poder seguir divirtiéndose con él porque está a punto de morir, le matan a tiros.
A pesar del fracaso de la operación, la muerte de Trujillo y el consiguiente vacío de poder sirve para que el presidente de la república, Balaguer, hasta entonces mero hombre de paja al servicio del tirano, pacte con los hijos y hermanos del difunto e inicie un lento proceso de transición a la democracia, con la condición de no preguntar por los presos de la conspiración y dejar que la venganza siga adelante.
En las últimas páginas, conocemos el desenlace de la historia de Urania Cabral, la explicación del odio hacia su padre. Cabral, inteligente pero completamente sumiso colaborador del caprichoso Trujillo, cayó en desgracia para el régimen por motivos bastante oscuros o quizá fue simplemente sometido a una prueba de fidelidad. Otro de loos colaboradores de Trujillo le sugirió que, para contentar al jefe, le dejara desvirgar a su hija, entonces de catorce años. Tras algunas dudas, Cabral accede y envía a la niña al palacio diciéndole que va a una fiesta y que su asistencia a ella va a solucionar todos los problemas que pesan sobre él. Urania es conducida a la cama del chaletito de juergas del tirano y allí, como no es capaz de desvirgarla mediante una penetración, lo hace con el dedo. A partir de entonces, Urania fue incapaz de mirar a los hombres con normalidad y a pesar de que triunfó profesionalmente en Estados Unidos, nunca se casó ni se sintió feliz.



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