Los Tres Mosqueteros
(Alejandro Dumas Padre)
Salí de Gascuña siendo apenas mozo y dispuesto a comerme el mundo crudo si fuera necesario. Mi destino siempre estuvo claro y por más que al llegar a París ya tenía riñas pendientes con tres bravos espadachines, mal que a mí me parecieron matachanes, conseguí servir a mi reina y correr aventuras de sangre y mujeres y risas y diamantes. El rey, pobre hombre sin criterio, está subyugado a la mente poderosamente manipuladora del cardenal Richelieu y su ejército de fulleros sin honor. Nada podremos los tres mosqueteros que somos cuatro, paradoja de paradojas, contra la voluntad de un rey absoluto que desatiende a mi reina y señora y se vende al vino aromático y la francachela fácil alcahueteada por el cardenal. La sangre llegará al río y aún al mar y de todos solo yo conseguirá arribar a tierra sajona y advertir al noble de Albión que el honor de su amada -y aun la paz entre Francia e Inglterra- peligra si no aparecen dos diamantes distraídos. Ya suena la música en palacio, ya todo París está atento a la aparición de su señora, ya el rey advertido está por Richelieu de que su reina no lucirá el collar de diamantes. Ya el peligro está acechando y el lobo a punto de clavar sus dientes sobre el cuello níveo de la señora de mi señora pero yo no llegaré todavía que aún deberé afrontar dos escaramuzas, arrostrar tres celadas y remontar tanta añagazas de cardenal como rubíes hay en su casulla. ¿Llegaré a tiempo, salvaré a Francia, honraré a mi reina y conseguiré a mi amada? Sí, voto a bríos, sí y mil veces sí, por mi espada y mi honor de gascón. ¡Uno para todos y todos para uno!
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